Llevo unos días jugando con un Droide BB-8 de Sphero que muy amablemente nos enviaron para probar: es uno de los juguetes más ansiados para estas navidades –por niños y por no tan niños– básicamente una versión a escala del que será probablemente uno de los personajes más simpáticos de Star Wars: El despertar de la Fuerza, la última entrega de la saga de las Galaxias.
Desde que el pequeño droide BB-8 se dejó ver en el primer trailer todos pensamos que sería un artilugio creado mediante efectos especiales. Pero luego dio la cara físicamente en un acto multitudinario y todo el mundo se quedó de piedra. Este encantador «hermano pequeño de R2-D2» emite unos ruiditos similares y hace equilibrios imposibles dignos de prototipos de laboratorio.
La gente de Sphero anunció que vendería BB-8 como juguete y aquello fue toda una alegría para los fans. Es bien sabido que las películas de la saga proporcionan más beneficios mediante la venta de juguetitos, merchandising y productos derivados que con las entradas vendidas en taquilla. Desde luego con ingeniosos artilugios como este BB-8, a un precio más que notable, pueden dar el campanazo.
Un juguete muy especial
El droide BB-8 no necesita pilas: su batería se recarga en una base mediante inducción magnética. El robot en sí es un auténtico ingenio tecnológico consistente en una bola principal con giroscopio que puede moverse de forma autónoma mediante un motor que desplaza el centro de masas. Lo curioso del invento es que al mismo tiempo un imán mantiene sujeta la pieza de la cabeza (que es simplemente un trozo de plástico sin más misterio) de modo que siempre quede en posición vertical, en aparente equilibrio. Cuando se hace rodar, el efecto es bastante «mágico» a la vez que simpático. Incluso puede hacer pequeños gestos y giros para «comunicarse» con la cabeza mediante gestos. En la ficción BB-8 es más bajo que el famoso R2-D2 y en la realidad el BB-8 resulta también bastante pequeño: unos 11 cm de altura de cuerpo + cabeza. Lo que llamaríamos casi una miniatura. El material exterior es plástico resistente y el cuerpo del droide en sí es robusto y pesado; la cabeza en cambio es ligera y aunque sus antenas se antojan un tanto frágiles son flexibles y las he visto resistir algunos percances. Digamos que es como cualquier otro gadget: no conviene arrojarlo ni dejarlo caer desde una mesa, aunque seguramente lo resistiera… Pero mejor tratarlo con cariño. El BB-8 se controla desde una app del móvil (gratuita, para iOS o Android) que sirve como mando. Cuando se enciende el robot está en modo enlace y la app se enlaza y arranca en cuestión de segundos. Ofrece varios modos:- Pilotaje: es la forma natural de jugar a dirigir el robot; basta fijarse en una luz azul para saber en qué sentido se moverá. Con un par de joysticks virtuales se puede controlar la traslación y rotación. Al principio es más difícil de lo que parece, pero al cabo de un rato se aprender con cierta naturalidad.
- Patrulla: es un «modo automático» que equivale a tener el robot como quien tiene al gato dando vueltas por la casa. De vez en cuando hacer ruiditos e incluso envía mensajes cuando encuentra obstáculos y cosas así, creando un rudimentario mapa de la estancia. Muy propio de forever alones.
- Mensaje: es una función de realidad aumentada que permite grabar un mensaje en vídeo con el smartphone, «enviarlo» al BB-8 y luego reproducirlo con solo apuntar con la cámara. La verdad es que el «efecto holograma» a lo Leia / Obi-Wan está muy bien conseguido; la grabación se convierte en una especie de super-selfie de las galaxias.
- Ajustes: permite modificar la sensibilidad de los controles, el reconocimiento de voz, silenciar los ruiditos o la interfaz… Además de esto y de las propias actualizaciones de la app de vez en cuando se reciben actualizaciones del firmware del propio robot, que de ese modo «aprende» nuevos trucos, como los hurones. Un diez en esto al fabricante.